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Los jóvenes ante la crisis de Autoridad

¿Por qué mi hijo ya no me obedece?

El ejercicio de la autoridad es un arte. En algunos momentos nos podría pasar por la cabeza que la vida sería más fácil si no tenemos una autoridad al lado, pero pronto caeríamos en la cuenta de su importancia pues sin ella no funcionaríamos. Y en el campo en que nos movemos es todavía más necesaria la claridad de conceptos ya que sin el ejercicio de la autoridad no se puede educar. Crisis de autoridad.

Para nuestros estudiantes es evidente que tienen dos tipos de personas que ejercen la autoridad sobre ellos: sus padres y sus profesores. En principio, no se cuestionan de su validez pues suelen aceptar, al menos teóricamente, que esa autoridad es naturalmente constituida y que, en todo tiempo y lugar, tanto en la casa como en el colegio, deben obedecer.

Sin embargo, puede ser que los jóvenes no perciban la autoridad de sus padres y profesores en un momento determinado de su vida como deberían. No me refiero a la actitud propia de la adolescencia, sino más bien a la pérdida de autoridad que frente a ellos podría tener su papá, su mamá, su director, su profesor…¿por qué?

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Crisis de autoridad

La verdadera autoridad es siempre un acto de amor en el sentido de que el objetivo del que la ejerce es lograr que el otro sea mejor, para que potencie toda su capacidad, para que se desarrolle al máximo, para que sea feliz. Si percibieran en ellos esta disposición a ser mejores cuando obedecen, sería más fácil el ejercicio de la autoridad en ambos sentidos. El problema radica en que podríamos tener ciertos estilos de autoridad que podrían producir un efecto contrario y, como consecuencia, la oposición, el rechazo o la rebeldía. Lo anterior, simplemente, porque se dan cuenta que esa autoridad no ayuda a ser mejor. Nos referimos a tres estilos: el autoritario, el permisivo y la sobreprotección.

El autoritarismo, el permisivismo y la sobreprotección son enfermedades de la autoridad

jovenes crisis de autoridad

Cuando se tiene al frente a una persona que ejerce la autoridad sin ningún sentido, solo porque sí, “porque soy tu padre” o “porque soy tu profesor”, la misma pierde validez; con más razón si se hace a golpe de mesa o con gritos.  Si no hay razones de peso, el joven deja de creer en la función de la autoridad. Aunque algunas veces se debe ser enérgico, en la mayoría de las situaciones basta con presentar argumentos lógicos.

Pero también el otro extremo, el permisivismo, produce la pérdida de eficacia. Al principio, el joven podría sentir que un lugar donde no le exige puede ser beneficioso, pero cuando vienen los malos resultados, tiene la capacidad de juzgar esa situación como perjudicial.

La autoridad sobreprotectora, hermana gemela de la permisiva, tiene el mismo efecto y radica su error en el miedo a ejercer la autoridad. Puede tener origen en varias causas: por ser la autoridad mal vista socialmente, para evitar un enfrentamiento o para evitar un reclamo del hijo o del alumno. Es ignorar la característica más contundente del amor: la exigencia. El padre que ama a su hijo y el profesor que ama a su estudiante, exigen; cuanto mayor sea el amor, mayor será la exigencia.

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crisis de autoridad

El intento de algunos padres de buscar la paz familiar reduciendo y manejando las tensiones renunciando al establecimiento y exigencia de normas, excusándose en no querer provocar un distanciamiento de los hijos lleva a renunciar a la exigencia de valores y formas de comportamiento que les serán útiles toda la vida.

El padre que ama a su hijo y el profesor que ama a su estudiante, exigen; y cuanto mayor sea el amor, mayor será la exigencia.

Es aquí donde radica la autoridad válida que tratamos con mucho ahínco de fomentar en Colegios ADEC y que promovemos en nuestros padres de familia. Se trata de una que no necesita de advertencias o amenazas, de reglamentos o normativas. Esta la podemos denominar Autoridad Prestigio o Autoridad Servicio.

Cuando al joven le queda claro que la intención del ejercicio de la Autoridad es el bien y la disciplina, y que por eso exigimos, nuestra autoridad se prestigia y toma relevancia. Si al ejercitar la autoridad, además, nos fijamos en lo positivo, hablamos con claridad, las palabras siguen a los hechos y mostramos un comportamiento consecuente, la exigencia toma un sentido contundente.

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No tengamos miedo a exigir, no importa lo que digan algunos, es evidencia de amor y del reconocimiento de lo que ellos son capaces de hacer.

Carlos Avendaño
Máster en Asesoramiento Educativo y Familiar
Sub Director
Yorkín School

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